lunes, 19 de septiembre de 2016

Perseverar ante el alud de las claves



El número que rige tu vida es el del CUIT. Tenés que saberlo: diez numeritos, qué te cuesta. También debés recordar tu DNI, otros ocho dígitos, cosa de nada. Si operás con un banco, es vital saber lo básico, caja de ahorro y cuenta corriente, unos ocho o diez números por cuenta. Y mejor retener el CBU de cada una: eso sí es bravo, son 22 dígitos por cada CBU. Si llegás al banco vía Internet, tenés que recordar tu nombre de usuario, la clave y la de pagar tus cuentas, unos diez dígitos más. O quince.
Todos sabemos de memoria el teléfono de casa y el del smartphone, más los de las diez o doce personas a las que llamamos siempre: no confíes en la memoria del celu porque un día te quedaste sin batería y tronaste: a ocho o diez por teléfono, hay que memorizar unos ochenta números. Es bueno recordar también los de tus tarjetas de crédito y de débito, por cualquier cosa. Más otras claves sencillas para andar por la Web. O sea, que para despertar cada mañana y no morir en el intento, necesitás precisar, sin errores, unos doscientos cincuenta números, más algunas otras claves que los combinan con letras.
Es verdad que las cifras son una pasión. Ahora, ¿cuándo fue que la pasión derivó en delirio? ¿Cómo fue que cambiamos sueños por números, palabras por guarismos, y hacia dónde vamos de la mano de esta automatización absurda de lo cotidiano?
Hubo un tiempo feliz en el que los números no se servían de nosotros. Era al revés. Tal vez sea un espejismo, pero aquel parecía un mundo feliz.
Alberto Amato

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