El culo de una arquitectapor Pedro Mairal
(publicado en Colombia, en la revista Soho, en febrero de 2008)
No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo.
Noto ungusto general por el culito escuálido de las modelos flacas.
A mí me gustangrandes, hospitalarios, macizos.
Me gusta el culo balcón, que sobresale y seautosustenta como un milagro de ingeniería.
El culo bien latino, rappero,reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo másantiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización.
Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano.
Con supoder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hitprehistórico.
Despierta nuestro costado más bestial: el del acoplamiento encuatro patas. Las tetas son un invento más reciente, son prosaicas.
El culo, encambio, es lírico, musical, cadencioso, indiscernible del meneo de caderas, delritmo, la batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.Porque el culo siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan.
Se mueve en dirección contraria de las tetas que siempre vienen y por eso suelenser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita,la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetasconfrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida mismay deja tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de graciaaquella morena que viene y que pasa con dulce balance camino del mar.Las mujeres argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda,las mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, laschilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según misamigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajanpor Latinoamérica.
Yo mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de SanFrancisco en el último Hay Festival de Cartagena de Indias para no tener quevolver y poder seguir admirando el desfile incesante de cartageneras obarranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve artículo sino untratado enciclopédico o un poemario como el Canto General.De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da escuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frentea una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato.
El culo esla parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, elfrescor del cachete en el primer encuentro con la mano.Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desdearriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustadode la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo yeso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, porlos muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manosllenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ningunaotra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos delcuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Perohay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede sertodo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en lafuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a suenergía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina.
Es uno elque queda sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose parasiempre en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras supersonal trainer. Lo curioso es que era una personal trainer, y las calzasazules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado englúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensaren nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la media horahubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana.
La música de losculos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, vantras ella, hipnotizados.Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismopiso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un "tremendofambeco". Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unospantalones ajustados que dejaban todo temblando.
Era una de esas oficinascuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tablarectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos.Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasabacamino a tesorería o a la fotocopiadora.
Su culo era lo único redondo en todoeste edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decíaque tenía un novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con losacoplamientos heroicos que imaginé con ella.
Una novela que iba a titular, conun guiño a Greenaway, "El culo de una arquitecta".
No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nuncaleyó.
Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particularque tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de susmuslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabíaplenamente que se trataba de ella.
Y pasaba y todo se detenía un instante, elmemo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había másrectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedababailando. No exagero.Además era plena crisis del 2002.
Todo se derrumbaba, caían los ministros, lospresidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón pintadodel primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culode la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, másmordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores,pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mirame pero no, seguimepero no, dedicame poemas pero no.
Ojalá ella llegue a leer esto algún día y seentere del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi díalaborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona.
Y ojalá seentere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de verladesfilar por los pasillos respingando el durazno gigante de su culo soñado.
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